Frente a la negación del 7 de octubre - opinión

ONU Mujeres bajo escrutinio por silencio ante violencia, fortalece a perpetradores y desatiende víctimas.

Bahous y Guterres en evento del Día de la Mujer: críticas a ONU Mujeres por inacción en derechos femeninos. (photo credit: EDUARDO MUNOZ / REUTERS)
Bahous y Guterres en evento del Día de la Mujer: críticas a ONU Mujeres por inacción en derechos femeninos.
(photo credit: EDUARDO MUNOZ / REUTERS)

Tras el asalto de Hamás, es crucial reconocer que, aunque las principales víctimas fueron mujeres y niñas israelíes -reflejo de los motivos profundamente arraigados de los atacantes-, las repercusiones de dicha violencia se extendieron más allá de las personas de identidad israelí o judía.

Ciudadanos tailandeses, entre otros, también fueron objeto de una violencia brutal, lo que demuestra que, en su intención de atentar contra el Estado judío, la agresión llevada a cabo fue indiscriminada y afectó a un abanico más amplio de individuos.

Este aspecto de la violencia, que afectó a personas más allá del objetivo directo, no se ha reconocido adecuadamente a escala internacional.

Este aspecto crucial, a menudo descuidado, facilita una negación más cómoda de la cruda realidad de la situación por parte de quienes tienen actitudes antisemitas. Las amplias ramificaciones de estos ataques revelan una desconcertante tendencia a ignorar los hechos que cuestionan las narrativas preexistentes, poniendo de relieve un patrón de reconocimiento selectivo que fomenta la vacilación a la hora de condenar rotundamente estos actos de violencia.

En el centro de esta negación generalizada se encuentran estereotipos y mitos antisemitas persistentes que no se han cuestionado lo suficiente.

Se celebra una PROTESTA ante la Oficina del Coordinador Especial, Coordinador Residente y Coordinador Humanitario de la ONU, en el barrio Armon Hanatziv de Jerusalén. (credit: Marc Israel Sellem/Jerusalem Post)
Se celebra una PROTESTA ante la Oficina del Coordinador Especial, Coordinador Residente y Coordinador Humanitario de la ONU, en el barrio Armon Hanatziv de Jerusalén. (credit: Marc Israel Sellem/Jerusalem Post)

Para desestimar las denuncias de agresiones sexuales, ha surgido una narrativa particular, según la cual los agresores árabes, que afirman tener normas morales más elevadas, considerarían deshonroso agredir a mujeres judías o a cualquier mujer.

Además, hay una insidiosa aceptación dentro de esta narrativa que considera a los prisioneros de guerra como un juego limpio, sugiriendo que cualquier violencia infligida sobre ellos, incluida la violación, no constituye violencia debido a su estatus.

Estos argumentos no sólo deshumanizan a las víctimas al negar su sufrimiento, sino que también pasan por alto la brutalidad de los perpetradores, manteniendo así una visión distorsionada de la violencia. Este enfoque de la negación busca efectivamente negar las acusaciones invocando una combinación de supuesta superioridad moral y una redefinición de lo que constituye violencia en tiempos de guerra, complicando aún más el discurso en torno a estas graves cuestiones.

La tibia respuesta de la comunidad internacional, especialmente la reticencia de las Naciones Unidas a denunciar con firmeza estos ataques, ha reforzado en muchos la idea de que tales interpretaciones de los hechos son de algún modo lógicas y defendibles.

Entidades como ONU Mujeres se han visto sometidas a escrutinio por su notorio silencio, una postura que, involuntariamente o no, da fuerza a los perpetradores y desatiende a las víctimas. Tal inacción plantea serias dudas sobre su dedicación a la protección de los derechos de las mujeres y las niñas en todo el mundo, contribuyendo a una cultura que pasa por alto las atrocidades del 7 de octubre.

Esta situación exige urgentemente una reevaluación de la defensa mundial de los derechos humanos, que requiere una estrategia por encima de prejuicios políticos o raciales. La negación generalizada, a menudo anclada en creencias antisemitas, no sólo representa una reticencia a enfrentarse a la verdad, sino que también encarna una actitud divisiva de "nosotros contra ellos" que socava la unidad de las sociedades occidentales.

Debemos cumplir nuestro compromiso con las mujeres y las niñas

Los sucesos del 7 de octubre ponen en primer plano el imperativo de adherirnos al derecho internacional y cumplir nuestros compromisos de defensa de las mujeres y las niñas. No hacerlo supone abandonar a más de la mitad de la población mundial, una realidad insostenible y moralmente indefendible. Nuestra incapacidad colectiva para proteger estos derechos equivale a respaldar la opresión y la violencia que sufren las mujeres y las niñas, una postura incompatible con los principios de justicia e igualdad en los que se basa el derecho internacional.

La defensa de las mujeres y las niñas contra la violencia y la discriminación no es sólo una obligación legal, sino un imperativo moral que exige un compromiso inquebrantable por parte de las instituciones mundiales, las naciones y las comunidades. Requiere el desmantelamiento de la omnipresente cultura de la negación que pretende trivializar estas cuestiones. Desafiando y anulando esta mentalidad de "nosotros contra ellos", podemos empezar a forjar un enfoque más integrador y empático que reconozca la dignidad y el valor de cada individuo, independientemente de su origen.

Abordar este reto exige un esfuerzo concertado para garantizar que el derecho internacional no sea un mero conjunto de directrices, sino un compromiso vivo y palpitante de defensa de los derechos y libertades de los más vulnerables.

Sólo a través de esta firme dedicación a estos principios podemos esperar contrarrestar las fuerzas de la división y el odio, allanando el camino hacia un mundo más justo y equitativo. La defensa de las mujeres y las niñas, por tanto, se convierte en una prueba de fuego para nuestra moralidad colectiva y en un campo de batalla fundamental en la lucha por los derechos humanos y la dignidad a escala mundial.

Individuos como George Galloway han empleado estratégicamente el antisemitismo, conscientes de su resonancia positiva en ciertos círculos, para proporcionar un barniz a su misoginia. Al adoptar tales posturas, explotan los prejuicios sociales, permitiendo que su misoginia subyacente quede oculta y, por tanto, sea más fácilmente aceptada bajo la apariencia de comentario político.

Esta táctica subraya un intento calculado de aprovechar los prejuicios existentes para escudar y propagar actitudes misóginas, lo que exige una respuesta vigilante e informada para desentrañar y abordar estas formas de discriminación entrelazadas. Esta retórica ha facilitado un clima en el que la negación de las atrocidades cometidas contra judíos no sólo es posible, sino que prevalece, lo que pone de relieve la necesidad de una estrategia global que aborde la propagación de discursos antioccidentales y anticivilización que socavan el tejido social.

Abordar esta cuestión va más allá de desplegar estrategias convencionales contra el antisemitismo; exige una reevaluación fundamental de nuestra interacción con la información y el fomento de un entorno de comprensión más allá de las fronteras sociales. El antisemitismo se utiliza cada vez más como herramienta para socavar y debilitar el tejido mismo de nuestras democracias seculares, actuando como caballo de Troya de una agenda más siniestra.

Es imperativo que despertemos a la realidad de que los prejuicios contra Israel y las comunidades judías a menudo sirven de fachada para intenciones malévolas más profundas. A través de esfuerzos dedicados a la educación, la mejora de la alfabetización mediática y el fomento de la participación de la comunidad, podemos empezar a desmantelar las narrativas profundamente arraigadas que perpetúan la división y amenazan los valores fundamentales de la democracia y los derechos humanos.

En esta encrucijada, es imperativo reconocer que la batalla por los valores de nuestra civilización se libra a diario, no sólo en los campos de batalla tradicionales, sino también en la mente y el corazón de las personas.

Emprender esta lucha exige reconocer la naturaleza compleja y polifacética de la sociedad humana y luchar por un mundo más cohesionado y comprensivo que respete la dignidad y los derechos de todos sus miembros.

Los autores son cofundadores y directores de Forward Strategy Ltd.